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sábado, 22 de octubre de 2011

Primera perogrullada

El ser humano es una bolsa de basura muy apetecible. Cuando somos críos, imaginaos, que en vez de bebés fuéramos bolsas, una bolsa muy elástica, como de látex, que va creciendo con el paso de los años hasta un punto donde no crece más porque no cede, tiras tiras tiras, pero no cede. Pues bien, cuando somos renacuajos, pequeños engendros de Satanás, nuestros progenitores (aquí llega el punto de políticamente correcta usando progenitores) nos van llenando de cosas variadas; el lenguaje, los números, algunas pautas sociales, lo que está “bien” o lo que está “mal”, como se come, se caga, o se mea y dónde ha de hacerse cuando ya no te dejan cagarte encima.
Llega un punto, donde los progenitores (heme aquí de nuevo) intentan meter mano, o cerrar la bolsa, lo que se traduce en sobreprotección de enseñanza ajena, pero la vida es sabia y los padres tienen fecha da caducidad. Entonces es cuando empezamos a meter mierda sin sentido en una bolsa que no sabes que tope tiene, luego sacas, metes, sacas, metes, sacas, metes (con lo años le pillas el gusto al mete-saca) o, como suele ocurrir, te meten cosas y cuando las quieras sacar no las encuentras. Tú tienes tu puta bolsa, pongamos que con 25 años eres un ser casi autosuficiente (porque no vas a encontrar trabajo ni de coña) y la tienes llena de mierda que no sirve para absolutamente nada, excepto lo que te metieron tus padres o metiste tú racionalmente en un momento de confluencia kármica donde se alinearon los planetas y viste la senda clara, este es el momento de buscar otra bolsa para meter parte de tu basura en ella, pero lo que no te esperas es que, cuando encuentras esa magnífica bolsa, guapa, alta, con buena textura y un espacio perfecto para tu mierda, te meta la mierda que ella tiene en la tuya, lo que viene a ser un mete-saca intencionado. Y en este momento te ves en la tesitura, en el meollo, en el puto dilema de: si yo meto en su bolsa y ella en la mía ¿qué somos?
Nota aclaratoria: cuando digo ella, puede ser él, medio él medio ella, o tu gatito Bigotes.
Prosigamos, entonces ya tenéis muchas cosas en la bolsa del otro, recuerdos que van de un lado a otro, o que son copy/paste, como cuando su anterior novio la dejó por la zorra de Cristina que tenía un buen cuerpo, pero que puta, unas tetas, pero vaya hija de la gran puta, de como a ti te recriminaba tu padre por tu manía de llorar en público cuando eso no lo hacen los hombres de la familia, de como el reloj que le regalaste a tu madre desapareció cuando Conchita empezó a trabajar en casa o cuando fuisteis a aquel japonés tan caro y te la mamó en el baño con sus padres pagando la cuenta en la mesa.
Esas vivencias están ya en las dos bolsas, o algo más en una que en otra, pero ya no hablas de ti como individuo, sino de “nos”: nos gusta, nos divierte, nos pone tristes, nos, nos, nos.
Llega un día en el que tu bolsa pesa mucho, empieza a pesar de cojones, que tiras y no se mueve, y ahí viene ella al intercambio diario y tú que ya no puedes más, que sino le bastaba con el perro y pagar la entrada del piso a medias, ahora dice que a sus padres le haría ilusión que os casarais por la Iglesia, por la Iglesia, y tú sin bautizar.
Entonces pasan los días, y la puta bolsa llena de mierda pesa más que ayer, o no, pero a ti te parece que si, y te replanteas, diez años después y con las primeras canas en la barba si estarás haciendo las cosas bien, de si esto es lo que quieres, que si quieres disfrutar una nueva juventud, que si necesitas tu espacio, pero ahora qué cojones hago con el piso y el perro.
Y empiezas a vaciar, vacías las primeras citas, los primeras besos, los polvos pasionales, el agarrarla de la mano por la calle, el arroparla con la manta en el sofá, el abrazarla mientras duerme, el avisarle de si llegas tarde a casa. Y ella te nota distante, frío, y se empeña en meterte cosas como cariño, amor, besos, abrazos, cenas, ya no hacemos nada juntos, ya no me tratas como antes, ya no somos lo que éramos y demás pautas de llamadas de atención en la bolsa, en la bolsa que llevas semanas vaciando, y tú no quieres, quieres que tu puta bolsa esté como hace diez años, entonces le das el piso y te llevas al perro y te vas a casa de tu madre (tu padre ya caducó) y te ves con 35 años en la casa donde empezaste a almacenar cosas, y sonríes, y empiezas a llenar la bolsa de cosas con la que la solías llenar de crío, de ilusión, de ganas de vivir, de explorar, de conocer, de salir, de ser libre, de pasarlo bien, de reír, de disfrutar de tus amigos, de tu trabajo, de tu perro, de tu vida.
A los meses decides que es hora de irte a tu nido de soltero y sales con tus colegas solteros y conoces a otra bolsa, más vacía que la anterior y con las cosas justas y perfectas dentro, las cosas que todo ser humano debería tener. Y estás seguro de que te enfrentas a esta nueva bolsa con las ideas claras, con el no voy a hacer lo mismo, no me voy a pillar, esta vez todo será diferente, ya he pasado por esto y ahora necesito otra cosa, ahora no quiero esto, no busco esto.
Y a los 3 años te ves con la bolsa más llena que hace 5. Entonces empiezas de nuevo otra vez. Empiezas el mismo proceso de limpieza.
En este momento es cuando deja de gustarte el mete-saca de los cojones, el puto mete-saca, joder con el mete-saca, ahora ya si que si cierro la bolsa y aquí no mete la mano ni Dios.
Al pasar el tiempo piensas, bueno, esto es la vida, una puta bolsa, y yo soy un puto imbécil que no sabe con qué llenarla para no sentirla vacía.
El ser humano (ojo que meto referencia profunda), como dijo Aquarius, es extraordinario. (Y gilipollas)